La
confirmación histórica de la posesión demoníaca de Hitler
Publicado originalmente en Junio de 2016
INTRODUCCIÓN y PROPÓSITO
El propósito de compartir este extracto de una de las muchas
biografías de Hitler es destacar el momento en que Hitler fue
poseído por satanás, una posesión que condujo al
siglo más sangriento de la historia.
Como bien saben, al hacer caso omiso de las peticiones hechas a
través de Fátima (1),
la Jerarquía de la
Iglesia Católica Romana permitió que el mecanismo que
llevaría al mundo al Fin de Estos Tiempos
y al Glorioso Retorno de Jesucristo se acelerara.
Si hay un individuo que podría ser señalada como
el mayor responsable de la miseria desencadenada sobre la Humanidad a
través de la Segunda Guerra Mundial, esa persona es, sin
duda, Adolf Hitler.
Tal como hemos ilustrado en uno de nuestros documentos, (2) el Nazismo
estaba claramente vinculado con las fuerzas de la oscuridad.
Lógicamente, se deduce que Hitler tenía que ser
poseído para poder manipular y guiar a los alemanes de la manera
en que lo hizo. Un completo don nadie no podía hacer
eso a menos que estuviese poseído por satanás.
A través de la pura providencia, nos hemos encontrado con la
información
que nos dice el cuándo,
el dónde y el cómo se
desencadenó la posesión de Hitler - confirmando
así históricamente lo que sabíamos por otros
medios.
La información nos llega a través de un amigo de su
juventud, August Kubizek, quien, aunque fue el único testigo del
evento, nunca se dio cuenta de lo que había sucedido
espiritualmente en esa fatídica noche.
August Kubizek conoció a Adolf Hitler en 1904 mientras ambos
competían por un lugar en la zona del público en la
ópera.
Su
pasión mutua por la música creó en ellos un fuerte
vínculo, y durante los cuatro años siguientes se hicieron
muy amigos, probablemente el único amigo que tuvo.
A continuación, compartimos con ustedes el texto íntegro
que describe los eventos de
1906 relacionados con la posesión de Hitler, tal como
apareció en "El
joven Hitler que conocí" ("The Young Hilter I Knew") de
August Kubizek, obra publicada
originalmente en 1955.
El
joven Hitler que conocí (3)
por August Kubizek
Extracto
[traducido y subrayado por The
M+G+R
Foundation]
Capítulo 10 -- En aquella hora comenzó
Fue la hora más impresionante que he vivido con mi amigo. Tan
inolvidable es, que incluso las cosas más triviales, la ropa que
Adolf vestía en aquella noche, el tiempo que hacía ese
día,
están todavía presentes en mi mente como si la
experiencia estuviera exenta del paso del tiempo.
Adolf estaba fuera de mi casa con su abrigo negro, con su sombrero
oscuro bien ceñido cubriendo su cara. Era una fría
y
desagradable noche de noviembre. Me saludó impaciente. Yo estaba
limpiándome del taller y preparándome para ir al teatro.
Esa noche la obra era Rienzi.
(4) Nunca
habíamos visto esa
ópera de Wagner y la esperábamos con gran entusiasmo.
Para asegurarnos un sitio en la zona pública teníamos que
llegar temprano. Adolf me silbó, para apurarme.
Ahora estábamos en el
teatro, ardiendo de entusiasmo, y viviendo
sin aliento el ascenso de Rienzi hasta ser el Tribuno del pueblo
de
Roma y su posterior caída. Cuando por fin
terminó, era
más de medianoche. Mi amigo y yo, él con sus manos
metidas en los bolsillos
de su abrigo, silencioso y
retraído, recorriamos las calles hasta salir de la ciudad.
Normalmente, después
de una experiencia artística que le
había conmovido, empezaba a hablar enseguida, criticando
duramente la actuación, pero
después de Rienzi se
quedó callado un largo rato. Esto me sorprendió, y
le
pregunté qué pensaba de la obra. Me lanzó una
mirada extraña, casi hostil. "¡Cállate!" dijo
bruscamente.
La fría y húmeda niebla se extendía opresivamente
sobre las estrechas calles. Nuestros solitarios pasos resonaban en el
pavimento. Adolf tomó el camino que llevaba al monte Freinberg. Sin
decir una palabra, se adelantó. Se veía casi siniestro,
y
más pálido que nunca. El cuello de su abrigo, que estaba
levantado, aumentaba esta impresión.
Quería preguntarle: "¿Adónde vas?" Pero su cara
pálida se veía tan prohibitiva que suprimí la
pregunta. Como impulsado por
una fuerza invisible, Adolf subió a
la cima del monte Freinberg. Y sólo en ese momento me di
cuenta de que
ya no estábamos en la soledad y en la oscuridad, porque las
estrellas brillaban intensamente sobre nosotros.
Adolf se paró frente a mí; y entonces me agarró
las dos manos y las sostuvo con fuerza. Nunca antes había hecho
un gesto así. Sentí, por la fuerza de sus manos,
lo
profundamente conmovido que estaba. Sus ojos estaban febriles de
excitación. Las
palabras no salían suavemente de su boca
como de costumbre, sino que estallaban, roncas y estridentes.
Por su
voz podía ver aún más lo mucho que esta
experiencia lo había sacudido.
Gradualmente su habla se aflojó, y las palabras fluyeron
más libremente. Nunca
antes y nunca más después Adolf Hitler
habló como lo hizo en aquella hora, cuando
estábamos
allí solos bajo las estrellas, como si fuéramos las
únicas criaturas del mundo. No puedo repetir todas las palabras
que mi
amigo pronunció.
Me sorprendió algo
extraño, que nunca había notado
antes, incluso cuando me hablaba en momentos de gran
excitación.
Era como si otro ser hablase
desde su cuerpo y lo conmoviese a él tanto como me
conmovió a mí. No se trataba en absoluto de que un orador
se
dejase llevar por sus propias palabras. Al contrario; más bien
sentí como si él mismo escuchase con asombro y
emoción lo que brotaba de él con una fuerza primordial.
No intentaré
interpretar este fenómeno, pero fue un
estado de completo éxtasis y arrobamiento, en el que, con
poder visionario,
transfirió el personaje de Rienzi,
sin siquiera mencionarlo como
modelo o como ejemplo, al plano de sus propias
ambiciones. Pero fue más que una simple adaptación.
En efecto, el impacto de la ópera fue más bien un puro
impulso externo que le obligaba a hablar. Igual que las aguas de una
inundación rompiendo sus diques, sus palabras brotaron de
él. Conjuró,
en
imágenes grandiosas e inspiradoras,
su propio futuro y el de su pueblo. Hasta ahora estaba
convencido de
que mi amigo quería convertirse en artista, pintor o
quizás arquitecto. Ahora ya no era así. Ahora él aspiraba a
algo más elevado, que yo todavía no podía
comprender plenamente. Me sorprendió bastante, ya que
pensé que la vocación de artista era para él el
objetivo más alto y deseable. Pero ahora hablaba de un mandato
que, un día, recibiría del pueblo, para sacarlo de
la
servidumbre a las alturas de la libertad.
Fue un joven desconocido el
que me habló en esa extraña
hora. Habló de una misión especial que un día le
sería confiada, y yo, su único oyente, apenas
podía entender lo que quería decir. Tuvieron que pasar
muchos años antes de que me diera cuenta de la importancia que
tuvo para mi amigo esta hora embriagadora.
Sus palabras fueron seguidas por el silencio. Regresamos a la ciudad. El
reloj dio las tres. Nos separamos frente a mi casa. Adolf me dio
la
mano, y me sorprendió
mucho ver que no fue en dirección a su
casa, sino que se volvió de nuevo hacia las montañas.
"¿Adónde vas ahora?" Le pregunté, sorprendido.
Respondió brevemente: "Quiero estar solo".
En las siguientes semanas y meses nunca más mencionó
aquella hora en el monte Freinberg. Al principio esto me
sorprendió y no pude encontrar ninguna explicación para
su
extraño comportamiento, porque no podía creer que lo
hubiera olvidado por completo. De hecho, nunca lo olvidó, como
descubrí 33 años después. Pero guardó
silencio sobre ello porque quería mantener esa hora totalmente
para sí mismo. Eso lo podía entender, y yo respetaba su
silencio. Después de todo, era su hora, no la mía. Yo
sólo había jugado el modesto papel de un amigo
comprensivo.
En 1939, poco antes de que estallase la guerra, cuando por primera vez
fui citado en Bayreuth como invitado del Canciller del Reich,
pensé que complacería a mi anfitrión
recordándole aquella hora nocturna en el Freinberg, así
que le dije a Adolf Hitler lo que recordaba del evento, asumiendo que
la gran cantidad de emociones y eventos de las últimas
décadas habrían puesto en un segundo plano aquella
experiencia de un joven de diecisiete años. Pero
después
de unas pocas palabras sentí que él recordaba
vívidamente aquella hora y que había conservado todos sus
detalles en su memoria. Estaba visiblemente complacido de que mi relato
confirmara sus propios recuerdos. También estuve presente cuando
Adolf Hitler volvió a contar esta historia de la obra Rienzi en Linz a
la Sra. Wagner, en cuya casa ambos fuimos invitados. Así, mi
propia memoria fue doblemente confirmada. Las palabras con las que
Hitler concluyó su relato a la Sra. Wagner también son
inolvidables para mí. Dijo
solemnemente, "En aquella
hora comenzó".
Comentarios
finales de The
M+G+R Foundation
La posesión demoníaca de Hitler tuvo lugar en 1906, casi
11 años antes de la primera aparición de Fátima,
pero 60 años después de que había sido entregado
el Mensaje Apocalíptico de La Salette.
Si las peticiones del Cielo se hubieran cumplido, entonces Hitler, a
pesar de estar poseído, no
habría alcanzado la posición que alcanzó. Dios
habría descarrilado el ascenso de
Hitler, igual que hizo que Hitler perdiera la guerra a través de
dos grandes
errores cometidos por Hitler; errores que, en términos humanos, nunca deberían haber
ocurrido:
(a) No darse cuenta de que el sistema
de codificación de mensajes nazis había sido descifrado
por los aliados; y
(b) Insistiendo en que las bombas volantes V-2 debían lanzarse
desde instalaciones fijas y no desde lanzadores móviles.
Tal como siempre recordamos a todos los que están dispuestos a
escuchar: ¡Dios tiene siempre la última
palabra!
Nota
añadida el 20 de Febrero de 2020
Hemos encontrado otra cita que le puede servir al lector para confirmar
aun más lo expuesto en el presente documento - una cita que
reproducimos a continuación: (5)
Albert Speer afirma haber recordado un
incidente en el que Robert Ley abogó por el uso de una
composición moderna para abrir la Convención
Pública Anual del
partido en Nuremberg, pero Hitler rechazó la idea:
"Sabes, Ley, no es casualidad que yo
haya
hecho que la Convención Anual sea inaugurada con la obertura de Rienzi. No es sólo una
cuestión musical. A la edad de veinticuatro años ese
hombre, hijo de un posadero, persuadió al pueblo romano de
expulsar al corrupto Senado recordándoles el magnífico
pasado del Imperio Romano. Escuchando
esta bendita música en el teatro de Linz cuando yo era joven,
tuve
la visión de que yo también debo algún día
lograr unir el Imperio Alemán y hacerlo grande una vez más."
Se sabe que Hitler poseía el manuscrito original de la
ópera, que había pedido y le fue regalado por la familia
Wagner en 1939 como regalo de su cincuenta aniversario. El manuscrito
estaba con Hitler en su búnker.
(4)(5)
NOTAS
(1) Las peticiones del
Cielo a
través de Fátima fueron
ignoradas
(2) El papel clave
que jugó la práctica del Ocultismo en la Alemania Nazi
(3) Acerca
del libro (en Inglés)
(4) "Rienzi, el último de los tribunos"
es una ópera de Richard Wagner escrita en 1938-1840 y estrenada
en Dresde en 1842. Hitler la vio en Linz en 1906. "La
ópera trata de la vida de Cola di Rienzi, Notario papal llegado
a líder político, que vivió en la Italia medieval
y tuvo éxito en derrotar a las clases nobles en Roma y darle el
poder al pueblo. Magnánimo al principio, tuvo que sofocar una
revuelta de los nobles por recuperar sus privilegios. Con el tiempo, la
opinión popular cambió, y la Iglesia, que al comienzo
estaba a su favor, se viró en su contra. Al final de la
ópera el pueblo quema el Capitolio en el cual Rienzi y unos
pocos seguidores se enfrentan a su destino." Rienzi, la ópera de Wagner
(en Castellano)
(5) Rienzi, la ópera de Wagner
(en Inglés)
In English: Hitler's Demonic Possession - Definitive
Historical Confirmation
Publicado en Inglés el 28 de
Junio de 2016
Traducido al Castellano el 20 de Febrero de 2020
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