Carta
Encíclica "Fratelli Tutti" de Francisco
sobre
la Fraternidad y la Amistad
Social
Reproducción
comentada del
original
Parte
8
INTRODUCCIÓN
(por The
M+G+R Foundation)
El principal propósito de esta reproducción de la larga,
tortuosa, aburrida y poco iluminada Encíclica "Fratelli Tutti" (1) es disponer de ella en
un
formato más manejable para poder destacar y comentar las graves
ausencias y errores teológicos que contiene.
Acompañando a este documento puede leer:
Nota 1:
Hasta el momento, no hemos añadido comentarios en esta Parte 8.
Lo
haremos en la medida que Dios nos mueva a ello y nos conceda el tiempo
necesario.
Nota 2: Aparte del
formato (incluyendo los destacados) y de la inserción de
nuestros
resúmenes y comentarios,
hemos mantenido inalterado el texto original (1). Nuestros
resúmenes y comentarios aparecen destacados en letra
itálica y color azul. Los títulos de
sección son propios del original. Para más detalles sobre
el formato véase la nota (2)
al pie de este documento.
CARTA
ENCÍCLICA
Índice de Secciones de
esta Parte 8: Introducción al
Capítulo octavo | El fundamento último
| La identidad cristiana | Religión
y violencia | Llamamiento | [Epílogo]
| Oración al Creador | Oración
cristiana ecuménica | [Firma]
Capítulo
octavo
LAS RELIGIONES AL
SERVICIO DE LA FRATERNIDAD EN EL MUNDO
271. Las distintas religiones, a partir de la valoración de cada
persona humana como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen
un
aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la
justicia en la sociedad. El diálogo entre personas de distintas
religiones no se hace meramente por diplomacia, amabilidad o
tolerancia. Como enseñaron los Obispos de India, «el
objetivo del diálogo es establecer amistad, paz, armonía
y compartir valores y experiencias morales y espirituales en un
espíritu de verdad y amor»[259].
El fundamento
último
272. Los creyentes pensamos que, sin una apertura al Padre de todos, no
habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad. Estamos convencidos de
que «sólo con esta conciencia de hijos que no son
huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros»[260].
Porque «la razón, por sí sola, es capaz de aceptar
la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia
cívica entre ellos, pero no consigue fundar la
hermandad»[261].
273. En esta línea, quiero recordar un texto memorable:
«Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el
hombre conquista su plena identidad, tampoco existe ningún
principio seguro que garantice relaciones justas entre los hombres: los
intereses de clase, grupo o nación, los contraponen
inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad trascendente,
triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el
extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés
o la propia opinión, sin respetar los derechos de los
demás. [...] La raíz del totalitarismo moderno hay que
verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de
la persona humana, imagen visible de Dios
invisible y,
precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede
violar: ni el individuo, el grupo, la clase social, ni la nación
o el Estado. No puede hacerlo tampoco la mayoría de un cuerpo
social, poniéndose en contra de la minoría»[262].
274. Desde nuestra experiencia de fe y desde la sabiduría que ha
ido amasándose a lo largo de los siglos, aprendiendo
también de nuestras muchas debilidades y caídas, los
creyentes de las distintas religiones sabemos que hacer presente a Dios es un
bien
para nuestras sociedades. Buscar a Dios con
corazón sincero, siempre que no lo empañemos con nuestros
intereses ideológicos o instrumentales, nos ayuda a reconocernos
compañeros de camino, verdaderamente hermanos. Creemos que
«cuando, en nombre de una ideología, se quiere expulsar a Dios de la
sociedad, se acaba por adorar ídolos, y enseguida el hombre se
pierde, su dignidad es pisoteada, sus derechos violados. Ustedes saben
bien a qué atrocidades puede conducir la privación de la
libertad de conciencia y de la libertad religiosa, y cómo esa
herida deja a la humanidad radicalmente empobrecida, privada de
esperanza y de ideales»[263].
275. Cabe reconocer que «entre las causas más importantes
de la crisis del mundo moderno están una conciencia humana
anestesiada y un alejamiento de los valores religiosos, además
del predominio del individualismo y de las filosofías
materialistas que divinizan al hombre y ponen los valores mundanos y
materiales en el lugar de los principios supremos y
trascendentes»[264]. No puede admitirse que en el debate
público sólo tengan voz los poderosos y los
científicos. Debe haber un lugar para la reflexión que
procede de un trasfondo religioso que recoge siglos de experiencia y de
sabiduría. «Los textos religiosos clásicos pueden
ofrecer un significado para todas las épocas, tienen una fuerza
motivadora», pero de hecho «son despreciados por la
cortedad de vista de los racionalismos»[265].
276. Por estas razones, si bien la Iglesia respeta la autonomía
de la política, no relega su propia misión al
ámbito de lo privado. Al contrario, no «puede ni debe
quedarse al margen» en la construcción de un mundo mejor
ni dejar de «despertar las fuerzas espirituales»[266] que
fecunden toda la vida en sociedad. Es verdad que los ministros
religiosos no deben hacer política partidaria, propia de los
laicos, pero ni siquiera ellos pueden renunciar a la dimensión
política de la existencia[267] que implica una constante
atención al bien común y la preocupación por el
desarrollo humano integral. La Iglesia «tiene un papel
público que no se agota en sus actividades de asistencia y
educación» sino que procura «la promoción del
hombre y la fraternidad universal»[268].
No pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como «un
hogar entre los hogares —esto es la Iglesia—, abierto […] para
testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al
Señor y a aquellos que Él ama con predilección.
Una casa de puertas abiertas. La Iglesia es una casa con las puertas
abiertas, porque es madre»[269]. Y como María, la Madre de
Jesús,
«queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale
de sus templos, que sale de sus sacristías, para
acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad
[…] para tender puentes, romper muros, sembrar
reconciliación»[270].
La identidad cristiana
277. La Iglesia valora la acción de Dios en las
demás religiones, y «no rechaza nada de lo que en estas
religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los
modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que […] no pocas
veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los
hombres»[271]. Pero los cristianos no
podemos esconder que «si la música del Evangelio
deja de
vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría
que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza,
la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en
sabernos siempre perdonados‒enviados. Si la música del Evangelio
deja de
sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la
política y en la economía, habremos apagado la
melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo
hombre y mujer»[272]. Otros beben de otras fuentes. Para
nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de
Jesucristo.
De él surge «para el pensamiento cristiano y
para
la acción de la Iglesia el primado que se da a la
relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro, a la
comunión universal con la humanidad entera como vocación
de todos»[273].
278. Llamada a encarnarse en todos los rincones, y presente durante
siglos en cada lugar de la tierra —eso significa “católica”—
la Iglesia puede comprender desde su experiencia de gracia y de pecado,
la belleza de la invitación al amor universal. Porque
«todo lo que es humano tiene que ver con nosotros. […]
Dondequiera que se reúnen los pueblos para establecer los
derechos y deberes del hombre, nos sentimos honrados cuando nos
permiten sentarnos junto a ellos»[274]. Para muchos cristianos,
este
camino de fraternidad tiene
también una Madre, llamada María. Ella recibió
ante la Cruz esta maternidad universal (cf. Jn 19,26) y está
atenta no sólo a Jesús
sino
también «al resto de sus descendientes» (Ap 12,17).
Ella, con el poder del Resucitado, quiere parir un mundo nuevo, donde
todos seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado de
nuestras sociedades, donde resplandezcan la justicia y la paz.
279. Los cristianos
pedimos que, en los países donde somos minoría, se nos
garantice la libertad, así como nosotros la favorecemos para
quienes no son cristianos
allí donde ellos son minoría. Hay un derecho humano
fundamental que no debe ser olvidado en el camino de la fraternidad y de la paz; el de la
libertad religiosa para los creyentes de todas las religiones. Esa
libertad proclama que podemos «encontrar un buen acuerdo entre
culturas y religiones diferentes; atestigua que las cosas que tenemos
en común son tantas y tan importantes que es posible encontrar
un modo de convivencia serena, ordenada y pacífica, acogiendo
las diferencias y con la alegría de ser hermanos en cuanto hijos
de un único Dios»[275].
280. Al mismo tiempo, pedimos a Dios que
afiance
la unidad dentro de la Iglesia, unidad que se enriquece con diferencias
que se reconcilian por la acción del Espíritu Santo.
Porque «fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar
un solo cuerpo» (1 Co 12,13) donde cada uno hace su aporte
distintivo. Como decía san Agustín: «El oído
ve a través del ojo, y el ojo escucha a través del
oído»[276]. También urge seguir dando testimonio de
un camino de encuentro entre las distintas confesiones cristianas.
No
podemos olvidar aquel deseo que expresó Jesucristo:
«Que todos sean uno» (Jn 17,21). Escuchando su llamado
reconocemos con dolor que al proceso de globalización le falta
todavía la contribución profética y espiritual de
la unidad entre todos los cristianos.
No
obstante, «mientras nos encontramos aún en camino hacia la
plena comunión, tenemos ya el deber de dar testimonio
común del amor de Dios a su
pueblo
colaborando en nuestro servicio a la humanidad»[277].
Religión
y violencia
281. Entre las religiones es posible un camino de paz. El punto de
partida debe ser la mirada de Dios. Porque
«Dios
no mira con los ojos, Dios mira con
el
corazón. Y el amor de Dios es el
mismo
para cada persona sea de la religión que sea. Y si es ateo es el
mismo amor. Cuando llegue el último día y exista la luz
suficiente sobre la tierra para poder ver las cosas como son,
¡nos vamos a llevar cada sorpresa!»[278].
282. También «los creyentes necesitamos encontrar espacios
para conversar y para actuar juntos por el bien común y la
promoción de los más pobres. No se trata de que todos
seamos más light o de que escondamos las convicciones propias
que nos apasionan para poder encontrarnos con otros que piensan
distinto. […] Porque mientras más profunda, sólida y rica
es una identidad, más tendrá para enriquecer a los otros
con su aporte específico»[279]. Los creyentes nos vemos
desafiados a volver a nuestras fuentes para concentrarnos en lo
esencial: la adoración a Dios y el
amor al
prójimo, de manera que algunos aspectos de nuestras doctrinas,
fuera de su contexto, no terminen alimentando formas de desprecio,
odio, xenofobia, negación del otro. La verdad es que la
violencia no encuentra fundamento en las convicciones religiosas
fundamentales sino en sus deformaciones.
283. El culto a Dios
sincero y humilde «no lleva a la discriminación, al odio y
la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto
de la dignidad y la libertad de los demás, y al compromiso
amoroso por todos»[280]. En realidad «el que no ama no
conoce a Dios,
porque Dios
es amor» (1 Jn 4,8). Por ello «el terrorismo execrable que
amenaza la seguridad de las personas, tanto en Oriente como en
Occidente, tanto en el Norte como en el Sur, propagando el
pánico, el terror y el pesimismo no es a causa de la
religión —aun cuando los terroristas la utilizan—, sino de las
interpretaciones equivocadas de los textos religiosos, políticas
de hambre, pobreza, injusticia, opresión, arrogancia; por esto
es necesario interrumpir el apoyo a los movimientos terroristas a
través del suministro de dinero, armas, planes o justificaciones
y también la cobertura de los medios, y considerar esto como
crímenes internacionales que amenazan la seguridad y la paz
mundiales. Tal terrorismo debe ser condenado en todas sus formas y
manifestaciones»[281]. Las convicciones religiosas sobre el
sentido sagrado de la vida humana nos permiten «reconocer los
valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en
virtud de los que podemos y debemos colaborar, construir y dialogar,
perdonar y crecer, permitiendo que el conjunto de las voces forme un
noble y armónico canto, en vez del griterío
fanático del odio»[282].
284. A veces la violencia fundamentalista, en algunos grupos de
cualquier religión, es desatada por la imprudencia de sus
líderes. Pero «el mandamiento de la paz está
inscrito en lo profundo de las tradiciones religiosas que
representamos. […] Los líderes religiosos estamos llamados a ser
auténticos “dialogantes”, a trabajar en la construcción
de la paz no como intermediarios, sino como auténticos
mediadores. Los intermediarios buscan agradar a todas las partes, con
el fin de obtener una ganancia para ellos mismos. El mediador, en
cambio, es quien no se guarda nada para sí mismo, sino que se
entrega generosamente, hasta consumirse, sabiendo que la única
ganancia es la de la paz. Cada uno de nosotros está llamado a
ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el
odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo
y no levantando nuevos muros»[283].
Llamamiento
285. En aquel encuentro fraterno que recuerdo gozosamente, con el Gran
Imán Ahmad Al-Tayyeb «declaramos —firmemente— que las
religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de
odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al
derramamiento de sangre. Estas desgracias son fruto de la
desviación de las enseñanzas religiosas, del uso
político de las religiones y también de las
interpretaciones de grupos religiosos que han abusado —en algunas fases
de la historia— de la influencia del sentimiento religioso en los
corazones de los hombres. […] En efecto, Dios, el
Omnipotente, no necesita ser defendido por nadie y no desea que su
nombre sea usado para aterrorizar a la gente»[284]. Por ello
quiero retomar aquí el llamamiento de paz, justicia y fraternidad que hicimos juntos:
«En el nombre de Dios que ha
creado todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes
y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre
ellos, para poblar la tierra y difundir en ella los valores del bien,
la caridad y la paz.
En el nombre de la inocente alma humana que Dios ha
prohibido
matar, afirmando que quien mata a una persona es como si hubiese matado
a toda la humanidad y quien salva a una es como si hubiese salvado a la
humanidad entera.
En el nombre de los pobres, de los desdichados, de los necesitados y de
los marginados que Dios
ha ordenado socorrer como un deber requerido a todos los hombres y en
modo particular a cada hombre acaudalado y acomodado.
En el nombre de los huérfanos, de las viudas, de los refugiados
y de los exiliados de sus casas y de sus pueblos; de todas las
víctimas de las guerras, las persecuciones y las injusticias; de
los débiles, de cuantos viven en el miedo, de los prisioneros de
guerra y de los torturados en cualquier parte del mundo, sin
distinción alguna.
En el nombre de los pueblos que han perdido la seguridad, la paz y la
convivencia común, siendo víctimas de la
destrucción, de la ruina y de las guerras.
En nombre de la fraternidad
humana que abraza a todos los hombres, los une y los hace iguales.
En el nombre de esta fraternidad
golpeada por las políticas de integrismo y división y por
los sistemas de ganancia insaciable y las tendencias ideológicas
odiosas, que manipulan las acciones y los destinos de los hombres.
En el nombre de la libertad, que Dios ha dado
a
todos los seres humanos, creándolos libres y
distinguiéndolos con ella.
En el nombre de la justicia y de la misericordia, fundamentos de la
prosperidad y quicios de la fe.
En el nombre de todas las personas de buena voluntad, presentes en cada
rincón de la tierra.
En el nombre de Dios
y de todo esto […] “asumimos” la cultura del diálogo como
camino; la colaboración común como conducta; el
conocimiento recíproco como método y criterio»[285].
[Epílogo]
286. En este espacio de reflexión sobre la fraternidad universal, me
sentí motivado especialmente por san Francisco de Asís, y
también por otros hermanos que no son católicos:
Martin Luther King, Desmond Tutu, el Mahatma Mohandas Gandhi y muchos
más. Pero quiero terminar recordando a otra persona de profunda
fe, quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un
camino de transformación hasta sentirse hermano de todos. Se
trata del beato Carlos de Foucauld.
287. Él fue orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia
una
identificación con los últimos, abandonados en lo
profundo del desierto africano. En ese contexto expresaba sus deseos de
sentir a cualquier ser humano como un hermano,[286] y pedía a un
amigo: «Ruegue a Dios para que
yo
sea realmente el hermano de todos».[287] Quería ser, en
definitiva, «el hermano universal»[288]. Pero sólo
identificándose con los últimos llegó a ser
hermano de todos. Que Dios inspire
ese
sueño en cada uno de nosotros. Amén.
Oración
al Creador
Señor y Padre de la humanidad,
que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad,
infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.
Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de
justicia y de paz.
Impúlsanos a crear sociedades más sanas
y un mundo más digno,
sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.
Que nuestro corazón se abra
a todos los pueblos y naciones de la tierra,
para reconocer el bien y la belleza
que sembraste en cada uno,
para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes,
de esperanzas compartidas. Amén.
Oración
cristiana
ecuménica
Dios
nuestro, Trinidad de amor,
desde la fuerza comunitaria de tu intimidad divina
derrama en nosotros el río del amor fraterno.
Danos ese amor que se reflejaba en los gestos de Jesús,
en su familia de Nazaret y en la primera comunidad cristiana.
Concede a los cristianos
que vivamos el Evangelio
y podamos reconocer a Cristo en
cada
ser humano,
para verlo crucificado en las angustias de los abandonados
y olvidados de este mundo
y resucitado en cada hermano que se levanta.
Ven, Espíritu Santo, muéstranos tu hermosura
reflejada en todos los pueblos de la tierra,
para descubrir que todos son importantes,
que todos son necesarios, que son rostros diferentes
de la misma humanidad que amas. Amén.
[Firma]
Dado en Asís, junto a la tumba de san Francisco, el 3 de octubre
del año 2020, víspera de la Fiesta del “Poverello”,
octavo de mi Pontificado.
Francisco
Parte anterior de esta serie:
NOTAS (por
The M+G+R Foundation)
(1) Fuente original y
oficial: Texto
de la Carta Encíclica "Fratelli Tutti" en Español en el
sitio del Vaticano
(2) Notas
sobre el formato:
* Nuestros resúmenes y
comentarios (The M+G+R Foundation)
son los destacados
en
letra itálica y color azul.
* Los títulos de sección son propios del original.
* Hemos destacado en negrita
las palabras clave relacionadas con "fraternidad", "hermanos", "padre",
"unión mundial", "globalismo", "economía", "cultura" y
similares, así como también otras palabras clave que
puedan servir de puntos de referencia para poder hacer un seguimiento
visual del texto.
* Y en color
rojo
las apariciones de las palabras "Dios", "Fe", "Jesús",
"Evangelio", "Biblia", "cristiano", "católico" y similares.
* Los números entre corchetes como [35] proceden del original y
se corresponden con citas que el lector puede encontrar al pie del
documento original del Vaticano.
Fecha oficial de
publicación de la Encíclica por el Vaticano: 3 de Octubre
de 2020
Publicación de esta
Reproducción Comentada de la Encíclica: 10 de Marzo
(Parte 1) y 22 de Junio de 2021 (resto de partes)
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